Hoy os vamos a presentar a Carlos, un hombre de mediana edad (43 años), deportista de toda la vida, aficionado al tenis, al running y al pádel, profesional liberal con muy poco tiempo libre, padre de dos hijos ya adolescentes y que sufre una hernia discal.

Carlos tenía un seguro médico convencional, sin cobertura de pruebas diagnósticas. Al notar las molestias propias de la hernia y ser aconsejado por un compañero de pádel, acudió a su médico del seguro, quien lo atendió y le encomendó la realización de una resonancia magnética, para verificar que, efectivamente, se trataba de esa lesión.

Dado que su seguro no cubría este tipo de prueba diagnóstica, solicitó presupuesto y comprobó que el coste de la misma era realmente elevado, lo cual le llevó a solicitar que se le fuera hecha en la sanidad pública, para lo cual tuvo que esperar mes y medio.

La resonancia confirmó la hernia y su médico le recomendó el paso por el quirófano como la mejor solución. La operación tampoco estaba contemplada en su seguro, lo cual hizo a Carlos inclinarse por ser intervenido en la sanidad pública, para lo cual solicitó turno y fue incluido en una lista de espera.

A los cuatro meses, Carlos era operado en un hospital público. La operación fue un éxito, aunque Carlos perdió una semana de trabajo que, al ser autónomo, supuso ciertas pérdidas económicas por su parte.

PERO, ¿QUÉ HUBIERA PASADO SI CARLOS HUBIERA SIDO SOCIO DE GUÍA AZUL DE LA SANIDAD?

Lo primero es que su médico le habría atendido con total rapidez. Además, su resonancia magnética le hubiera salido completamente gratis y al instante y, junto a todo ello, su período de hospitalización hubiera sido cubierto por el seguro de hospitalización que Carlos tuviera contratado.

 

LA DIFERENCIA ENTRE AMBAS FORMAS DE AFRONTAR EL PROBLEMA son los 150 euros al año que cuesta esa modalidad de GUÍA AZUL DE LA SANIDAD… ¡al año!